1 de julio de 2016

Sangre seca

Franco era feo, grande y feo. Una bestia de más de dos metros treinta de altura. Tenía más de cuarenta años pero aparentaba sesenta, la vida había sido algo dura con él. Su barba era negra y crespa y aunque le producía comezón, hacía años que la mantenía larga y salvaje. Desde pequeño, y pequeño es un decir, se acostumbró a sufrir, a sentir dolor, a no desear la vida. Los niños con los que jugaba en aquellos tiempos lo atormentaban en cada oportunidad que tenían, lo escupían, le pegaban, lo insultaban de las formas más retorcidas. Su horrible cara, como desfigurada por el fuego era una motivación para esos niños, era una forma de mantener equilibrada la monstruosidad interna con la externa. Pero Franco, al que obviamente llamaban Frankenstein, era callado y taciturno. Soportaba la vida como quien soporta al invierno.

Un día el invierno terminó y la primavera llegó a sus ojos y a su enorme cuerpo. Veía a la hermosa joven de sus amores desde la ventana, la veía correr y saltar y reír. La vida le sonreía a aquella joven y desde su cueva, Franco empezaba a fermentar su veneno. Su amor se volvió envidia, la envidia se volvió odio, el odio se transformó en deseos de venganza. Cuando la primavera estaba terminando se vengó. La hermosa joven no se resistió, abrazo a la muerte como cualquier otra sorpresa agradable a la que estaba acostumbrada.

El verano llegó y Franco era ya un monstruo. Todo lo bello le producía odio y su soledad solo acrecentó los deseos de venganza. El mundo iba a conocer el terror. Destilaba muerte y por las noches deseaba saciarse. Una de esas noches de calor, en el bosque cercano al pueblo en el que vivía, escuchó a una mujer que evidentemente esperaba a alguien. Franco iba a matarla.
-Hola... escucho tus pasos -dijo la mujer.
-Escucho tus pasos -susurró Frankenstein.
-¿Quién eres? -se estremeció la mujer que no esperaba esa voz.
-¿...eres? -respondió quedamente desde atrás de un árbol muy cercano a la mujer.
-¿Qué quieres? Estoy esperando a alguien, vete ya.
-Estoy esperando a alguien, vete ya -gruñó Frankestein y se abalanzó sobre la mujer como un animal desesperado por el hambre. La mujer tenía una cuchilla en la mano y atinó a estirarlo hacia la cara del monstruo, quien al sentir el filo en la mejilla dio un paso atrás. El tiempo fue suficiente para que la mujer escapara corriendo en silencio.
Pronto se escuchó otra voz en el bosque. Era una voz suave.
-Mariella... ¿estás ahí? -provenía de un muchacho.
Franco, herido, vaciló, se quedó quieto un segundo más. De pronto se escucho la voz de la mujer, no lejos de allí.
-Estoy aquí querido, ven.
-Ya voy mi cielo, ya voy, estoy yendo.
-Aquí mi amor, rápido que estoy deseando verte.
-Te veo querida, aquí, dame un beso.
-¡Toma! -y la mujer clavó la cuchilla en el pecho del joven, quien luego de un par de estertores, murió.
Franco estaba inmóvil aún. Pasaron unos segundos, pronto escuchó:
-¡Y tú! ¡Muchachote! ¿Vas a venir o tengo que buscarte?
Los ojos del monstruo volvieron a encenderse, los deseos de venganza eran diferentes ahora.
-¡Vas a venir o tengo que buscarte! -exclamo Frankenstein al fin y comenzó a caminar.
-Ven... 
-Ven -repitió el monstruo que se acercaba.
-¿Por qué me eludes?
-¿Por qué me eludes?
-¿Acaso quieres matarme?
-¿Acaso quieres matarme?
-¿Por qué repites todo lo que digo?
-¿Por qué repites todo lo que digo?
-Eco...
-Eco...
-¡Eco! ¡Eco! ¡Eco! 
-¡Eco! ¡Eco! ¡Eco!
-Morirás, ¿lo sabes?
-Morirás, ¿lo sabes?
-Odio que se burlen de mi, ¿sabes?
-Odio que se burlen de mi, ¿sabes?
-Tú no entiendes nada.
-Tú no entiendes nada.
-¿Yo no entiendo nada?
-¿Yo no entiendo nada?
-¿Te crees muy listo, asesinando inocentes?
No hubo respuesta. Se encontraban frente a frente.
Ella miro la cara ensangrentada y los ojos de fiera del monstruo que estaba allí. Sintió empatía. El miró los ojos de fiera de la mujer, luego la cuchilla ensangrentada que sostenía en la mano. Sintió empatía...

Llegó el otoño y Franco se miraba en el reflejo de un charco de sangre en el piso. Se rascaba la barba negra y crespa. Tenía más de cuarenta años y en su cueva había huesos y carne podrida. Había una piedra que utilizaba para afilar la cuchilla que le habían regalado. El único regalo que había recibido en su vida. Miraba sus ojos en el reflejo rojo. Estaba cansado y se dio cuenta que ya no había un propósito en la venganza. Lo bello iba a seguir existiendo a pesar de él, él iba a seguir existiendo a pesar de lo bello. 
Empezó a caer la helada, se puso un abrigo de piel de cabra y prendió el fuego. El invierno estaba cerca y también su fin.