30 de mayo de 2016

Fonemas

En español: «Dios nos dio dientes, Dios nos dará pan».
En sánscrito: «Devas adadāt datás, Devas dat dhānās».
En lituano: «Dievas davė dantis, Dievas duos duonos».
En latín: «Deus dedit dentes, Deus dabit panem».

Sé que estoy rematadamente loco, pero ya no me importa quien leerá esto, en realidad, la vida nunca tuvo sentido y solo estoy tomando conciencia de que aunque escribo para no morir, morir tampoco tiene sentido. Tal vez no se entienda del todo lo que hoy estoy escribiendo en estos renglones, tal vez estoy condenado a caer en la absurda cuenta de que el olvido es lo más vasto que hay en el universo.

Sin embargo voy a escribir lo que quiera, por que al fin de cuentas, desde esta misma noche puedo afirmar que estoy irremediablemente ¡loco!

Debo empezar por decir que me resultaba muy interesante descubrir los significados ocultos de las palabras, especialmente de aquellas que creemos que nos resultan conocidas. Disfrutaba enormemente observando como una misma palabra puede significar tantas ideas diferentes dependiendo del país o región en que se pronuncie, del tono de voz y el idioma. De las variables, es el idioma el factor que se presta para una mayor profundización porque en la mayoría de las palabras, y deseo citar la definición de “palabra” de la Real Academia Española para partir de una base común; dice la RAE: “Unidad lingüística, dotada generalmente de significado, que se separa de las demás mediante pausas potenciales en la pronunciación y blancos en la escritura”; como decía, las mayorías de las palabras tienen una raíz común, una lengua madre, de la que posteriormente se desarrollaron muchos lenguajes. Más allá de lo que implica el estudio del lenguaje protoindoeuropeo, se han comprobado coincidencias en ciertos conjuntos de morfemas y significados en culturas sumamente distantes entre sí, en tiempo y espacio, lo cual hace al estudio de estos fenómenos algo de carácter antropológico, universal, imprescindible pero también desestimado.

Sin embargo, no es la idea hacer un tratado de lingüística, de etimología o antropología, sino simplemente contar lo que me ha ocurrido, pero para poder graficar un poco mejor la situación, debo poner un ejemplo: voy a pronunciar "sta".

Sta... ¡Qué gran verbo!

El comienzo es la palabra "destino", la cual deriva del latín 'destinare', formado por 'de' y 'stanare', cuya raíz es indoeuropea, se escribe 'sta' y significa estar de pie. De la raíz indoeuropea se desprendió posteriormente el 'statos' griego, traducible como “estado” y el 'sthiti' sánscrito que significa “estabilidad”. Cada palabra tiene una profundidad abismal, pero básicamente, “destino” significa, a mi modo de entender y de sentir, mantenerse parado, firme, estable como un arquero frente a su blanco.

Destino es provocar o hacer, lo que, en español, significa estar.

Pero no es esta la palabra la que en las últimas noches revoloteaba sobre mi cabeza, como un insistente mosquito, zumbando en penumbras sus voces oscuras y cavernarias. Ha sido "Ilusión" el motivo de mis desvelos.

Es la maldita ilusión. Ilusión... es la palabra que ha acabado con mi ilusión.

Si bien existe una aceptación del concepto de ilusión como representación que refleja una esperanza, y su cumplimiento nos parece especialmente atractivo, el origen del vocablo y por tanto su verdadera naturaleza, trata de todo lo contrario. Ilusión proviene del latín 'illusio' que significa engaño o burla. Está vinculado con el verbo 'lúdere' (jugar) y probablemente del indoeuropeo '*leid-'. Se trata de una burla, de un engaño, más o menos premeditado, que involucra jugar con lo que otra persona puede o no sentir como importante. Ahora bien ¿Por qué siento que la misma palabra es una burla a mi inteligencia? Y lo más importante: ¿es acaso imposible pensar en algo que no sea un completo engaño, si partimos de que las mismas raíces no significan nada?

Un árbol sin raíces no se puede sostener y cae, a menos claro que el árbol no exista y sea un engaño, una fantasía, una idea y no una realidad. ¿Cómo puedo hablar de un árbol que no existe, de un árbol cuyo significado, no solo no me es conocido, sino, que de serlo, sería algo absolutamente falso?

No quiero caer en la paradoja socrática y absurda de que “solo sé que no se nada”, porque no soy, ni era, ni seré jamás un filósofo, pero, para mí era una locura pensar “no sé nada”, porque sabia muchas cosas, aunque ahora se me hace imposible fundamentar este punto.

Durante el tiempo que duró mi obsesión con esta palabra, simplemente no soportaba la idea de que las cosas no tengan sentido, de que vivamos en un completo autoengaño, en una ilusión autoimpuesta. Día tras día rondaba esta maldita palabra en mi cabeza, cada noche, cada mañana y hora tras hora estaba un poco más convencido de que la realidad no tenía sentido. Por más que me resistiera buscando y rebuscando en viejos libros de etimología, el mundo a mi alrededor no solo parecía una ilusión, sino que mi propia existencia no parecía ser otra cosa que el delirio de una sociedad manifestándose en carne, y por tanto la vida y la muerte carecían de significado real.

Con estas palabras intento explicar lo que sentía, pero debo continuar contando lo que que ocurrió, sin que se piense que experimenté una psicosis persecutoria o algún otro tipo de delirio ¡inexistente! Sé que puedo ser un poco obsesivo, pero es que ésta palabra me ha superado.

En fin, contaré lo ocurrido.

Cuando desperté esta misma mañana, ya tan lejana, me sentí más confundido que en días anteriores. "Ilusión" retumbaba en mi cabeza y a cada segundo la palabra misma perdía sentido, mi existencia ya no lo tenía y mi vida ya no era real. De todas maneras, a fuerza de costumbre me levanté y automáticamente me serví café, fumé un cigarro, miré el reloj pero allí me quedé, sentado en la silla del comedor, observando la taza vacía, la cuchara sucia, las migas en el mantel, el segundero del reloj de pared... La sensación en mi estómago era más fuerte de lo habitual, así que decidí acostarme y resguardarme del mundo exterior, no podía pensar en nada más, casi no podía moverme, pero me esforcé y finalmente me desplomé en la cama. En realidad, luego del café debería haber ajustado mi corbata, acomodar detalles de mi pelo frente al espejo, tomar mi maletín y salir de mi casa hacia la oficina en el centro de la ciudad, como hacía todos los días. Sin embargo no pude. No quise. Como dije, me desplomé sin sentido en mi cama y en la absoluta soledad de la habitación no había más que penumbras, y las palabras, los fonemas, haciendo eco por los rincones, eran sonidos guturales que hablaban de lo real y lo irreal, de la fantasía hecha realidad y el terror de lo inexistente, del cero absoluto, de la absoluta carencia de sentido que tiene la vida. Lo ilusorio y lo real invadían mi mente y me hacía daño tratar de estar “fuerte”, “consciente”. Me dejé llevar, cerré los ojos y todo giró...

Luego de cierto tiempo indefinible abrí los ojos, los mismos que tan cerrados había querido mantener cuando caí derrotado en la cama, como deseando volver a despertar en otro lugar y comenzar una nueva vida. Abrí los ojos, inocentemente, buscando certezas, aquellas certezas que siempre fueron parte de mis días, pero lo que encontré ante mis ojos fue terrible. Vi formas sin forma que se me acercaban, oscuras formas humanoides, veía sus movimientos danzantes a mi alrededor, pero eran indescifrablemente monstruosas y antiguas. Sin embargo una de ellas me tendió una mano, con un gesto indescriptible que parecía ofrecerme algo y yo, aunque dudé, acepté...

Debo decir que el hecho de que aceptara tomar la mano de ese ser oscuro e indefinido, probablemente me provocó la total ruptura con la vida que venía llevando y que nada tiene que ver con lo que ahora he de llevar.

Lo que pasó después tampoco es descriptible en términos científicos o razonables. Sentí que se me quemaban los dedos al sostener esa extraña mano, luego un dolor profundo brotó de mi interior. Mi mente ardió y no tuve conciencia de lo que pasó después. Solo tengo recuerdos de sueños brumosos, oscuros, agrios... Luego hubo un gran cambio en la sensación del sueño y todo dejó de parecer una pesadilla. De ese momento recuerdo el sonido de un riachuelo cercano y un olor... el olor a humedad de la tierra... tenía la absoluta certeza de estar refugiado en una cueva, en una época remota, probablemente prehistórica y estábamos refugiándonos de la lluvia. Es que definitivamente no estaba solo, había seres a mi alrededor, de los cuales solo percibía su aura y una vaga sensación de conocimiento. Me sentía seguro, a salvo del horror, a salvo de la muerte. No podía hablar, ni moverme, pero veía claramente que estábamos en una cueva, había huesos en el piso, dibujos rupestres en las paredes y unos pequeños cuencos de barro en los que había alguna sustancia líquida. Mi mente estaba tranquila, aliviada de cargas y hubiese querido permanecer allí, junto al calor de un fuego que ardía cercano...

Horas después, cuando desperté, estaba atardeciendo y entre mis manos había una vieja cuadernola que utilizaba como diario en mi juventud, era una de aquellas que en mi remota adolescencia, en los días en que todo tenía sentido, utilizaba para dejar constancia de lo que veía a mi alrededor y no entendía. También había un bolígrafo negro en mi regazo. Leí la cuadernola y la releí, sin pensar en la razón por la que esa cuadernola había llegado a mis manos, pero la devoré como un ser hambriento de sentido o sensatez. Descubrí que las últimas hojas estaban libres. Decidí no dejar pasar el impulso que me dominaba y tomé el bolígrafo, a continuación empecé a escribir este conjunto de fonemas que ustedes, sean quienes sean, acaban de leer.

Escribir me devuelve a la realidad, me conecta conmigo mismo. Siempre ha sido igual. Por suerte todavía queda un poco de espacio, solo unos renglones que me dedicaré a completar ahora, pero me reservo el contenido, porque son mis dientes mordiendo el pan que me ha sido dado, es mi propia ilusión y tal vez, mi propio destino. Hasta aquí llega lo que ustedes pueden comprender de sus propias vidas.

En lo que a mi respecta, ya no trataré de vivir una vida con sentido, ni encontraré en la muerte un refugio simbólico de vida eterna, no seré más que un pasto que crece, en una pradera, en un planeta, en una galaxia perdida y olvidada.